Voces en los días del coronavirus
La primera nevada del año en Seúl, hace apenas unos días, nos tomó por sorpresa. En una ciudad de subidas y bajadas, rodeada de montañas consideradas sagradas, algunos aprovecharon para sacar sus esquís del clóset y hacer eslaloms. Mientras, autobuses y autos hacían lo mismo, provocando un caos vial de varias horas, múltiples llegadas a los servicios de urgencias de los hospitales y el desquicio de las compañías de seguros. No pasaron las máquinas de limpieza por las calles, ni hubo suficiente sal para hacer derretir el hielo. Achacan el colapso al gobierno capitalino provisional que no supo reaccionar adecuadamente, como lo hubiera hecho el antiguo alcalde. Park Won-soon, al frente de la alcaldía desde hacía diez años, uno de los candidatos favoritos a las elecciones presidenciales de 2022, fue hallado colgado de un árbol el pasado mes de julio. Popular y afable, era conocido por defender los derechos de la mujer y fue acusado por una asistente de acoso sexual, en un momento en que el movimiento #MeToo cobraba especial relevancia. Park dejó una escueta nota de despedida a su familia, eligió su bosque preferido en un barrio al norte de Seúl, cerca de la antigua muralla que protegía a la ciudad de sus posibles invasores, y se quitó la vida.
Tras la segunda nevada, salí a pasear al Palacio de Gyeongbokgung, emblemático corazón de la capital, hogar de los reyes de la dinastía Joseon, donde Japón eligió instalar sus oficinas gubernamentales cuando ocupó Corea a principios del siglo XX. Llevé la parafernalia completa: gorro, bufanda, medias térmicas, botas para la nieve, cámara, y por supuesto mascarilla. Salir sin ella hoy en día equivale a salir desnudo: es una falta a la moral. Además de que uno se haría acreedor a una multa de cien dólares si es un ciudadano común y doscientos cincuenta si se trata de una persona que brinda un servicio, como son los repartidores, meseros, choferes o cajeros. Atravesé la puerta principal, arco que sostiene 600 años de historia, pagué mi entrada, pasé el cerco de seguridad sanitaria: una cámara infrarroja para la temperatura de última generación, gel antibacterial, lector de QR y en su defecto, un registro donde apuntar los datos requeridos. A esa hora, solo había algunos fotógrafos ansiosos por eternizar el lechoso acontecimiento. El sol era un pálido disco congelado en un estanque azul. Chispitas de plata centelleaban en la superficie de la nieve. El manto blanco lo recubría todo: tejados esmaltados, retorcidas ramas de pino y solitarios nidos de urracas. Sofocaba con su espesor acolchado todos los ruidos. En los techos curvos de los edificios del palacio, curvos porque siguen los preceptos de la madre naturaleza que evita las líneas rectas, descansan figuras de bronce. Representan a los espíritus protectores. Desde abajo parecen pequeñas gárgolas en procesión. Los fotografié a placer. Las urracas de pecho níveo y alas azuladas volaban en círculos. Escasos intendentes del palacio hacían caminos con palas, para evitar a los visitantes una desafortunada caída. Pero a mí me gustan los caminos no trazados. Hundí mis botas en la nieve virgen con placer infantil, corrí, brinqué, saboreé el chasquido de mis pasos. Efímera ilusión la de imaginar que nadie ha estado ahí antes. Así debió de sentirse el astronauta Neil Amstrong cuando pisó la luna. Caminé hasta el estanque, espejo escarchado donde alguna vez bogaron las decoradas embarcaciones de las concubinas. Me senté en una banca a observar las huellas de otros visitantes. Flores y corazones dibujados en la nieve, suelas de diversas tallas y marcas. Seguimos en pos de poesía, aunque el mundo se hunda en el caos. Hace unos días, los seguidores de Donald Trump, alentados por su líder quien les declaró su amor, tomaron el Capitolio. Macanazos, heridos, cinco muertos, más macanazos. Una paliza a la democracia. Al mismo tiempo, salió en los diarios locales la foto de un misil de largo alcance fabricado en Corea del Norte: Kim Jong-un se sigue armando hasta los dientes.
Voces en los días del coronavirus 2020 / La luz al final del túnel… es otro tren. El Covid-19 en Corea del Sur / Verónica González Laporte, escritora
Y aquí estamos, los que hemos logrado llegar hasta aquí, cumpliendo un año de pandemia. Son tantas las historias que podrían escribirse que no nos alcanzarían ni el papel ni las memorias de las computadoras. Aunque circulen Memes sobe la inutilidad del 2020, yo opino lo contrario, nos ha pasado mucho. Han fallecido nuestros seres queridos y ni siquiera hemos podido despedirlos. A la lucha contra la enfermedad se ha sumado el miedo de no contar con una cama de hospital o un tanque de oxígeno, el terror a no despertar. Sobrevivir es el lema. Millones de niños se han quedado sin escuela, poniendo a prueba la erosionada paciencia de los padres. Sin deporte, sin amigos, sin salir de casa, rondan enjaulados cuando logran desprenderse un momento de las pantallas. Los abuelos se han quedado sin abrazos, los parques sin niños, los estadios sin gente. Muchas parejas no se han podido volver a ver porque uno se quedó atorado en un país y el otro en uno distinto. Me pregunto si esta nieve inocua podría ser un efecto del leve descanso que le dimos a la Tierra. Si a fuerza de quedarnos encerrados, sin tomar aviones y manejando lo indispensable, hoy vivimos un verdadero frío invierno como hace mucho que no se veía. Sin embargo, es un triste aniversario.
Corea fue un ejemplo a nivel mundial del buen manejo de la pandemia, en un inicio. Un año después, al 17 de enero, se cuentan 1,200 muertos y cerca de 71 mil casos en total. Se van sumando los contagios diarios que últimamente oscilan entre quinientos y seiscientos. Aun así, estas cifras son milagrosas para una población de 52 millones, si se comparan con las de otros países donde mil pueden ser los muertos de cada día. Los resultados se obtienen gracias a una disciplina drástica. Estamos en el nivel 2.5 de la contingencia sanitaria, esto significa el cierre total de las escuelas, iglesias, bares, centros nocturnos, cafés (solo pueden ofrecer servicio para llevar), gimnasios, museos. Las bodas pueden celebrarse hasta con 50 invitados, mientras haya dos metros entre cada uno y se repartan en varios salones; los funerales hasta con 30 personas. En las casas, solo se permiten las reuniones de cuatro personas máximo, contando invitados y anfitriones. Para ingresar al territorio coreano las reglas son inflexibles. Las visas de trabajo, de estudios o de turismo han sido reducidas al mínimo. Corea exige una prueba de Covid negativo 72 horas antes de salir del país de destino y exige otro a la llegada. Si el test da positivo, el viajero se va directamente al hospital, si la prueba es negativa, deberá permanecer 14 días en estricta cuarentena. Si se trata de alguien que vive aquí, puede hacerla en su casa. Si se trata de alguien sin residencia, se quedará confinado en su cuarto de hotel, sin salir al pasillo siquiera. Para hacer cumplir estas restricciones se emplea la más alta tecnología: al llegar al aeropuerto, el viajero sube dos App en su celular frente a las autoridades, una para monitorear sus síntomas varias veces al día, otra para seguir todos sus desplazamientos. La primera es operada por un robot con voz humana quien pregunta si se ha presentado fiebre, tos o dolor de cabeza. La segunda dispara una alarma en cuanto el dueño del celular se aleja de su cerco de confinamiento. No tiene ningún caso mentir, las tarjetas de débito y crédito son rastreadas para detectar el mínimo pago. Las alarmas… nos hemos acostumbrado a ellas: desde el principio de la pandemia suenan en nuestros teléfonos en cuanto se presenta un nuevo caso en el barrio en el que vivimos. Aquí la vacuna llegará a finales de febrero, según las encuestas, cerca del 70% de los coreanos se rehúsan a ser vacunados en lo inmediato. Quieren observar primero qué pasa en occidente, dicen medio en broma. El presidente Moon Jae-in tuvo se vio obligado a anunciar que será el primero en recibirla. Varios laboratorios coreanos trabajan activamente en la investigación de medicamentos capaces, si no de curar, de reducir al mínimo los síntomas de la enfermedad y sus fatales desenlaces al intervenir en su primera etapa.
Si bien, hasta el momento y sin ninguna garantía de que así se mantenga, la pandemia está bajo control, sus repercusiones son diversas. Me extraña su impacto en las marcas de lujo: el único país en el mundo donde Louis Vuitton, por ejemplo, ha subido sus precios, hasta dos veces en un año y hasta un 10%, es Corea. Las grandes cadenas de almacenes de lujo, como Shinsegae, Lotte y Hyundai, que no han cerrado sus puertas, han visto sus ventas anuales dispararse. Se atribuye el fenómeno a una búsqueda de compensación de la frustración. Sin poder viajar al extranjero, sin gastar en restaurantes o bares, quien tiene dinero no sabe en qué emplearlo. Muy distintos son los efectos en las personas con ingresos limitados. Corea tiene uno de los índices de suicidios más altos del mundo. La pandemia solo ha empeorado las cosas. La violencia doméstica, las violaciones y las enfermedades mentales también se han disparado. Según una encuesta de la Sociedad Coreana de Estudios sobre Estrés Traumático, en 2020 el 13.8% de la población expresó su deseo de quitarse la vida, es decir tres veces más que en 2018. Hasta medio millón de personas podrían intentar suicidarse cada año. El número de personas en riesgo de depresión severa subió de 3.8% en 2018 a 22.1% en 2020, casi seis veces más. El ministro de salud prometió incrementar los centros de atención para los trastornos mentales, hoy hay 348 y se espera alcanzar 548 en 2025. También se multiplicará el personal especializado. Hace unos días, se suicidó el dueño de un gimnasio. No es un caso aislado. Los pequeños comercios están cerrando uno tras otros, hay calles enteras con locales vacíos. Sin poder pagar a sus empleados, sin vender nada a nadie, los propietarios se ven acorralados. En las redes sociales brotan las críticas contra quienes osan mostrar su alegría y se exponen celebrando un cumpleaños, una cena en casa o esquiando (cuando las autoridades permiten la apertura de algunas pistas de esquí). Se dice que los coreanos pueden soportar las restricciones y privaciones, pero no la injusticia.
Algunos se preguntarán cómo puedo pasar de la poesía de un manto blanco arropando a una ciudad a terribles estadísticas. Así es la mente, siempre está brincando de un lado a otro, no se está quieta. La nieve cae inocente mientras los especialistas hacen sus gráficas. El sol lame las lajas de hielo sobre el tejado mientras yo pienso en la ironía de la vida: cuando aquí se suicidan, en México estamos desesperados por salvar a los enfermos. Con todo, quiero creer que las vacunas contra el Covid surtirán efecto, que saldremos más humildes y mejores seres humanos. Que tomaremos consciencia de nuestra fragilidad, de la del planeta, de las cosas que realmente importan. ¡Hay tanto que aprender de esta amarga pandemia!