El juicio de Julian Assange / Revista Sin Permiso

La venganza era un motivo menor. El objetivo primordial consistía en disuadir a otros reveladores de secretos.

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Mundo Noticia | 20 ENERO 2021

Por: Revista sin permiso / Foto:

Revista Sin permiso

Tariq Alí / Miembro del consejo editorial de Sin Permiso

El juicio ha terminado. La juez Vanessa Baraitser ha dictaminado que no se extradite a Julian Assange a los Estados Unidos. Si alguien que haya estado observando el juicio afirma no estar sorprendido, es que te está contando una mentirijilla.

Nadie que asistiera a las sesiones del proceso (como fue mi caso en una fase anterior) podía haber dejado de caer en la cuenta del sesgo y, en ciertas ocasiones, la abierta hostilidad que mostró Baraitser hacia los abogados de la defensa. El grueso de su juicio fue por el estilo. La defensa presentó numerosos argumentos según los cuales no debería extraditarse a los EE.UU. a Assange – por encima de todo, que los EE.UU. habían presentado cargos políticos, no criminales, contra Assange, lo cual prohibe el tratado de extradición entre el Reino Unido y los EE.UU.– y falló en contra de casi todos ellos.

Dictaminó que no existía base para pensar que no se respetarían los derechos constitucionales de Assange en los EE.UU. o que se vería sometido a un castigo arbitrario tras la extradición. Negaba por último, en los últimos párrafos del fallo, que se tratara de una persecución de motivaciones políticas encaminada a silenciar a un periodista, con lo que esencialmente salvaba las apariencias en lo que respecta al gobierno británico.


Por el contrario, falló en contra de la extradición sobre la base de que resultaría ‘opresivo por razones de perjuicio mental’: que en las condiciones previas al juicio en los EE.UU., sometido a aislamiento en una cárcel de máxima seguridad, pudiera no evitarse que Assange se suicidara.

Tal parece que fue al espectro de ‘supermax’ – la brutal realidad del sistema carcelario norteamericano – al que se sentó en el banquillo y se encontró culpable. Pura hipocresía. La cárcel londinense de Belmarsh, tristemente famosa, en la que se mantuvo en aislamiento a Assange después de ser detenido por la fuerza en la embajada de Ecuador, ¿es por comparación una zona humanitaria? A finales de 2019, los médicos que reconocieron a Assange redactaron una carta abierta al gobierno británico, declarando que ‘podría morir en prisión sin atención médica urgente’, debido a las condiciones en las que se le mantenía. Nils Melzer, Relator de las Naciones Unidas para la Tortura, advirtió que ‘Assange mostraba todas las señales típicas de las víctimas de tortura psicológica’, al haber permanecido en régimen de aislamiento a todos los efectos durante más de un año a fecha de hoy’. Pero Baraitser despachó su testimonio sin más ni más.

Su veredicto es sólo el primer paso. No sabemos si a Assange se le otorgará fianza a la espera del recurso norteamericano o si la juez se mostrará vengativa. En su vista mañana para la fianza, el tribunal se mostrará más preocupado por el riesgo de fuga que por el riesgo de asesinato. Y aunque Baraitser expresara su seria preocupación por su bienestar psicológico, es improbable que la salvaguarde emitiendo una orden de protección.

Siguen planteándose preguntas sobre las verdaderas razones de esta clemencia. ¿Hizo saber la inminente administración de Biden que prefería evitar su procesamiento en los EE.UU., en el que el New York Times se vería obligado a defender los derechos de Assange de acuerdo con la Primera Enmienda, puesto que también había publicado materiales de Wikileaks? ¿Quería el gobierno británico vincular esto al atasco de su caso de extradición de Anne Sacoolas, la mujer del diplomático norteamericano que atropelló a un adolescente británico en agosto de 2019? Todavía pueden aparecer más detalles. Pero, como se dice en los deportes, una victoria es una victoria. La negativa a la extradición debería ser objeto de celebración, sean cuales fueren sus motivos.

Como sabe la mayoría de la gente, el caso contra Assange – iniciativa de Eric Holder, Fiscal General norteamericano con Obama – es poco más que un intento de suprimir la libertad de expresión. En un mundo en el que la propaganda visual resulta central para hacer la guerra, las contraimágenes representan un problema para los belicistas. Cuando Al Yazira difundió filmaciones de tropas norteamericanas que atacaban a civiles durante la Guerra contra el Terror, un general del Ejército norteamericano – acompañado por un jeep repleto de soldados armados – entró en la sede del canal de noticias en Qatar para exigir una explicación. El director de la emisora, un palestino de voz suave, le explicó que informaban sencillamente de las noticias. Un año después, fue despedido de su puesto.


De modo parecido, Wikileaks obtuvo grabaciones del ataque en 2007 de un helicóptero norteamericano contra civiles desarmados en Bagdad. Se oyó exclamar a los pilotos: ‘¡Que ardan todos!’, y hacer bromas después de disparar contra dos niños: ‘Bueno, es culpa suya por meter a sus hijos en la refriega’. Ese macabro cinismo conmocionó a muchos después de que el video se difundiera de modo masivo. El crimen que presentaba no era novedoso, ni era comparable en volumen a anteriores atrocidades (matanzas de prisioneros de guerra en Corea, guerra química en Vietnam, bombardeo en alfombra en Camboya, y así sucesivamente). Pero el Pentágono estalló con que el video de Wikileaks alentaría represalias terroristas. El problema no consistía evidentemente en cometer crímenes de guerra, sino en grabarlos con una cámara. Por lo tanto, a Chelsea Manning, que filtró el material, y a Assange, que lo publicó, se les debe obligar a sufrir las consecuencias.

Wikileaks arrojaba luz sobre las verdaderas razones de las intervenciones militares de la década del 2000, que nada tenían que ver con la libertad, la democracia o los derechos humanos, salvo como contraseñas de la acumulación de capital. Recurriendo a la Red para esquivar los medios tradicionales, Assange publicó más de dos millones de cables diplomáticos y registros del Departamento de Estado que dejaban al descubierto la maquinaria del Imperio Norteamericano. La reacción del Estado norteamericano ha caído a menudo en lo absurdo, como un perro que sin pensar tratara de hincarle el diente a todo y acabara mordiéndose su propia cola; Assange apuntó que ‘para marzo de 2012, el Pentágono había llegado a crear un filtro automático para bloquear todo tipo de correos electrónicos, incluidos los que llegaban al Pentágono, que contuvieran la palabra Wikileaks’. En consecuencia, los fiscales del Pentágono que preparaban la acusación contra Chelsea Manning se encontraron con que no estaban recibiendo correos electrónicos importantes ni del juez ni de la defensa.

 

 

La venganza era un motivo menor. El objetivo primordial consistía en disuadir a otros reveladores de secretos. Pero esto resultaba miope e insensato. Quienes denuncian los crímenes de guerra, la corrupción o las infracciones empresariales son gente habitualmente valerosa pero ‘corriente’, a menudo bastante conservadora, que trabaja en instituciones del “establishment”: pensemos en Edward Snowden, otrora empleado de la CIA, o en Daniel Ellsberg, antiguo marine. ¿Sucumbiría tan fácilmente a esa clase de disuasión una persona así, cuya entera visión del mundo se ha visto agitada por algún horror en su conciencia? El intento de llevar a cabo un escarmiento con Manning y Assange casa mal con la mentalidad de los reveladores de secretos, cuyo sentido de la injusticia les impulsa a aceptar las consecuencia de las filtraciones, cambiándoles la vida.

Ellsberg, el funcionario del Departamento de Estado, que entregó al New York Times los Papeles del Pentágono secretos, se convirtió finalmente en prenda adorada de los liberales, sobre todo entre los demócratas, pues puso de manifiesto las mentiras y fechorías de Nixon durante la guerra de Vietnam. Dudo que Julian Assange llegue alguna vez a alcanzar tan exaltado estatus en alguno de los dos lados del Atlántico. Ha sido difamado por medios de todo el espectro político. Los periódicos liberales han hecho cola para afirmar que ‘no es un periodista’, sino un ‘activista’, o, tal como dijo el Boston Herald, un ‘espía’. Su juicio nunca tuvo la cobertura merecida en el NYT, el Washington Post or el Guardian. Este último, pese a haber publicado el material de Wikileaks en 2011, parece hoy haber abandonado por completo el periodismo de investigación serio. Por contraposición, El País y el Suddeutsche Zeitung fueron más objetivos.

Considerando lo que Assange ha sufrido, unas cuantas semanas de libertad en la Gran Bretaña confinada serán un regalo del cielo. Se acabó el espacio atestado y la falta de luz solar; tendrá oportunidad de abrazar a su pareja y sus hijos, de utilizar un ordenador, de coger un libro cualquiera. ‘Estoy entero, si bien literalmente rodeado de asesinos’, le escribió a un amigo desde Belmarsh. ‘Pero los días en los que podía leer y hablar y organizarme para defenderme y defender mis ideales y a mi gente han terminado…’

Tal vez no.

Tariq Alí / Miembro del consejo editorial de Sin Permiso